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Conexión emocional: la clave para que tu hijo coopere

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Las conductas problemáticas suelen esconder un mensaje a descifrar y una necesidad por satisfacer. Descubre cómo la conexión emocional puede ayudarte a lograr que tus hijos cooperen.

Educar no es una tarea sencilla, sino que requiere de paciencia, perseverancia y mucha conciencia. Con frecuencia, los padres no cuentan con la información y las herramientas necesarias para la crianza. Así, aunque tengan las mejores intenciones, a veces los métodos empleados no son los más efectivos. De esa manera, el hogar se convierte en un campo de batalla. Pero, ¿cómo podemos evitarlo? Pues bien, la clave se encuentra en la conexión emocional.

Ante la pregunta «¿qué hacer para que un niño coopere, obedezca o siga las instrucciones?», muchos adultos apelan a la disciplina. En este sentido, es común que se utilicen las amenazas, la insistencia, los gritos o el soborno para hacer que un niño recoja su cuarto, vaya a ducharse o termine sus tareas. Sin embargo, no podemos olvidar que las dinámicas entre padres e hijos no son una actividad mecánica, sino un vínculo humano.

La importancia de la conexión emocional

A la hora de educar, existen múltiples tipos de crianza que pueden implementarse. Dependerá de cada familia escoger el que mejor se adapte a sus personalidades y procesos. Sin embargo, hay evidencias sólidas de que no todos son igual de positivos. Se ha demostrado que los estilos democráticos son los más beneficiosos. De hecho, los niños criados bajo estos parámetros son más felices, maduros y autónomos.

Pero, ¿qué caracteriza estos estilos parentales? Pues bien, por un lado, muestran normas claras y límites firmes. Por el otro, ofrecen altos niveles de afecto y conexión emocional. Esta es la combinación ganadora si queremos educar niños sanos y exitosos. Además, también es la clave para lograr que cooperen, que el ambiente en el hogar sea armonioso y que el vínculo entre padres e hijos no sea conflictivo.

En otras palabras, si tu hijo se muestra rebelde y desafiante, probablemente no te falte ser más autoritario, sino cultivar una mayor conexión entre vosotros. Y es que los niños necesitan sentirse amados, aceptados, escuchados y tenidos en cuenta por sus figuras de referencia. Si estos ingredientes están ausentes, suelen aparecer los problemas de conducta.

La base de la crianza respetuosa

Desde la crianza respetuosa se promueve un estilo educativo centrado en la infancia, es decir, en los intereses y en las necesidades de los niños. De esa manera, se parte de la base de un vínculo de apego seguro. Esta es la principal tarea que debe abordarse como progenitor, ya que sienta las bases para un buen funcionamiento cognitivo, emocional y relacional en el menor.

Un apego seguro se logra cuando los padres son sensibles a las necesidades del niño y las atienden de forma coherente y consistente. Ante una demanda física (de alimento o higiene) o emocional (como la necesidad de contacto o contención ante un berrinche), los adultos están presentes y disponibles. Así, empatizan, actúan con calma y ayudan al niño a regularse.

Emplea la conexión emocional para lograr que tu hijo coopere

Con todo esto en mente, ten en cuenta que dicho vínculo no se forja en un instante, sino debido a un estilo constante de relacionarte con tu pequeño desde su nacimiento. No obstante, hay algunas pautas que pueden ayudar a emplear esta conexión para redirigir o motivar el comportamiento de los niños.

Entiende su necesidad

Todo comportamiento de un niño nos transmite un mensaje que debemos descifrar. Una mala conducta nunca tiene la intención de molestar o hacer daño, sino que refleja una necesidad. Por ejemplo, un infante que arrastra una silla muestra el interés por llevar a cabo o practicar ese tipo de movimiento. Igualmente, un menor que grita o desobedece, puede buscar la atención y la presencia de los padres.

Antes de regañar o juzgar su comportamiento, trata de entender ese mensaje oculto e interésate por lo que necesita tu hijo en ese momento.

Educa en positivo

Una vez comprendida la necesidad, la clave está en redirigir la situación para poder satisfacerla. Por ejemplo, se le puede dar al infante un carrito de juguete con ruedas para que pueda empujarlo y arrastrarlo, en lugar de que lo haga con la silla. O al niño con conducta desafiante, se le puede prestar la atención que busca y proponerle realizar una actividad en conjunto.

Así, se trata de educar sin decir «no» en la medida de lo posible. Por ejemplo, en lugar de decir «no arrastres la silla», «no grites» o «no juegues con la pelota en casa», se ofrece una alternativa válida, que el niño sí pueda realizar y que no cause perjuicio. De este modo, no buscamos imponernos, sino ayudarle a satisfacer esa necesidad de una forma apropiada.

Además, puedes implicar a tu hijo en la búsqueda de esas alternativas. Por ejemplo, preguntarle «¿a qué otra cosa crees que podríamos jugar en casa en lugar de al balón?». Gracias a esto, sentirá que se le tiene en cuenta, comprenderá mejor el motivo y aprenderá a regularse y a buscar soluciones por sí mismo.

Valida sus emociones

Antes de perder los nervios y de centrarnos en decirle qué debe y qué no debe hacer, tomemos un momento para acoger y validar los sentimientos del niño con calma. Por ejemplo, podemos decir «entiendo que estás aburrido y quieres jugar al balón, pero hacerlo dentro de casa puede romper cosas». O «estás disgustado porque no quieres ir a ducharte, ¿verdad?, a mí tampoco me apetece a veces».

Esto no implica que vayamos a ceder a los deseos del niño o permitirle saltarse los límites, pero sí damos importancia y lugar a lo que siente y le acompañamos. Desde esta comprensión y conexión, es más sencillo que colabore.

Ofrece pautas claras y consecuencias coherentes

Por último, procura que las normas a seguir sean claras para el niño y que las consecuencias sean coherentes y conocidas de antemano. Muchas veces, caemos en el error de castigar ante una mala conducta y lo hacemos en función de cómo nos sentimos. Así, el día que los padres están más tranquilos, un comportamiento apenas tiene consecuencias, pero cuando tienen un mal día, el castigo es desproporcionado.

Esto socava la confianza y destruye la coherencia de los límites marcados. Por ello, procura que tu hijo sepa qué se espera de él y qué consecuencias tendrá si no cumple. Estas deben ser ajustadas y relacionadas con la conducta en concreto y han de cumplirse siempre, independientemente de tu estado de ánimo. Incluso, puedes aplicarlas sin tener que enfadarte con el niño, pues son las consecuencias las que enseñan y no tu enfado.

Educar y ofrecer siempre un amor incondicional (te quiero y te trato bien incluso cuando cometes un fallo) es una gran inyección a la seguridad emocional de un niño.

Generar un vínculo de amor y respeto

En suma, la conexión emocional permite a los niños sentirse seguros en su hogar y con sus figuras de referencia. Gracias a ella, comprenden que los adultos buscan su mayor bien y que están allí para acompañarles, orientarles y guiarles, en lugar de únicamente para buscar su obediencia. Este vínculo de amor y respeto mutuo hará mucho más sencilla la convivencia y la crianza.

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